viernes, 12 de marzo de 2010

¡Eso es descubrir!

Cuando uno se aleja del asfalto y del concreto urbano tiene la oportunidad de, según la temporada del año, caminar sobre hojas secas o tierra mojada, avanzar entre los troncos que firmemente guardan el bosque, desatorar el cabello que se va enredando entre las ramas ante la falta de una gorra que detenga su baile en el aire, oler la madera mojada y fría, escalar una que otra roca con que la montaña reta a quien pase por ella... Caminar en cualquier dirección.

El pasado 6 de marzo inicié un curso introductorio al montañismo, ante la necesidad, sí, de aprender a caminar nuevamente; sólo se hacerlo en la ciudad. Respirar, cuidar los pasos al mismo tiempo que disfrutarlos. Aprender a caminar en terrenos donde la pendiente puede hacerse completamente vertical...



Todo comenzó en un viaje a Cuetzalan, Puebla. El plan sonaba común: conocer el pueblo, la sierra, disfrutar de la naturaleza y, ¿por qué no?, una buena combebencia en la noche. Fui sin un motivo más fuerte que pasar unos días con mi amigo Gerardo.

Es un lugar mágico. Entramos a una gruta larga no apta para gente con claustrofobia; conocimos el pueblo y en un bar al estilo Pedro Infante tomamos una copa de... ¿aguardiente?, ¿mezcal?... de algo que se hace ahí para sorprender a la gente inculta y citadina como yo. En fin, es un lugar hermoso en todos los sentidos. Y hay algo que me sorprendió sobremanera: la segunda noche la pasé muy bien, a tal punto que no dormí ni un solo segundo -la sorpresa comienza ahí porque eso jamás lo hago en la ciudad-, y más aún, al día siguiente fuimos a caminar a la sierra casi seis horas y no sentí cansancio. Fue una caminata de unas tres horas para llegar al río, mojarse los pies, seguir caminando sobre rocas resbalosas, escuchar la corriente del agua helada que forma cascadas como queriendo escapar de la montaña. Y, después de varias horas más caminando, aun tenía mucha energía para bajar una de las cascadas grandes con una cuerda, aferrándome a la vida mientras disfrutaba de la brisa fría. Logré evitar una bajada demasiado rápida. Me encantó...

Ese día entendí que el cuerpo responde cuando la mente está confortable; que se disfruta cuando uno quiere vivir además de sobrevivir. Entendí que amo caminar sobre el terreno irregular de la naturaleza, escucharla, olerla, tratar de evitar una caída sobre las rocas, saber caer, poner a prueba mi cuerpo para convivir con las adversidades del medio natural. No lo sabía, o al menos no lo recordaba. Entendí que quería aprender a subir montañas, descender en ríos, escalar rocas verticales; disfrutar del poder que tiene mi cuerpo y la sensibilidad que tienen mis ojos, mi nariz y mis manos.

Descubrí que debía atreverme a subir cualquier pendiente y aprender a abrir los ojos desde la altura.





2 comentarios:

  1. Que bueno que has descubierto una nueva pasión en tu vida.

    Cuetzalan es precioso.

    (Ya pronto iré a Méxio!!)

    ResponderEliminar
  2. Y lo que falta Cris!

    (Algo de lo que escribí cuando estuvimos en la sierra de Puebla: "Viajar tiene una segunda dimensión pero interior...")

    Un gran gusto viajar contigo, un abrazo!

    =)

    ResponderEliminar