lunes, 28 de febrero de 2011

¡Presunto sistema de justicia!



Creo que es fácil saber que el sistema de justicia mexicano es absurdo e ineficiente. Así que si nos recomiendan ver una película relacionada con ésto probablemente pensaremos que es más de los mismo: críticas obvias y, en pocas palabras, aburridas; ¡ya chole con esto! Pero es el tema de personas muy serias como Roberto Hernández y Layda Negrete en su realización titulada "Presunto Culpable"; y puedo asegurar que no es un documental en absoluto vacío, obvio ni aburrido.

Roberto y Layda no son cineastas, ni periodistas, fotógrafos o guionistas; son investigadores de una de las instituciones más reconocidas de América Latina (el CIDE). Pero lo más importante es que son dos ciudadanos mexicanos que quieren hacer algo por mejorar a nuestro país, como muchos de nosotros.

Nos dicen que de todas las acusaciones, el 92% carece de evidencia. Conocemos perfectamente el término de "chivo expiatorio", pero no acostumbramos imaginar el cinismo con que un juez puede condenar a alguien inocente y arruinarle su vida, y sin una sola prueba contundente. Nos dicen, también, que el 95% de las sentencias son condenatorias: o los judiciales tienen un excelente ojo de buen cubero para arrestar a los culpables o, simplemente, ¡no se molestan en hacer la investigación! Además, según datos de Roberto y Layda, 93% de los acusados nunca ven al juez... Eso me suena al "ve y dile" de los niños de seis años cuando se pelean. ¡Vaya falta de seriedad!, y eso sólo para empezar a inferir toda la ineficiencia que eso implica.

Presunto Culpable documenta el caso de Toño, sentenciado a veinte años de prisión cuando es inocente. Sin embargo, también existe otro tipo de casos: ¿qué sucede con todos los asesinatos, secuestros, violaciones y demás, que no son resueltos, o cuando arrestan a los responsables y, defendidos por abogados sin escrúpulos y juzgados por jueces corruptos, los sentencian a una vida en libertad?

Todos podemos ser víctimas del crimen -toco madera- y, además, de la ineficiencia del sistema judicial. Pero les puedo decir por experiencia propia: la Policía Judicial y la Procuraduría sí tienen la capacidad para resolver los casos como se debe. Hace casi ocho años sufrí un secuestro exprés, algo terrible; lo que más quería era hallarlos y encerrarlos. Afortunadamente, y sobre todo con la ayuda de mi madre, logramos dar con ellos, enjuiciarlos y ponerlos tras las rejas para prácticamente toda la vida. Desafortunadamente, tal vez eso no hubiera sucedido sin que tuviéramos el valor de enfrentarnos a amenazas, santería, un cambio de domicilio y al riesgo de represalias. También fue de gran ayuda el apoyo de un amigo de mi madre, Francisco Garduño, quien era muy cercano al entonces Jefe de Gobierno. Fue un caso resuelto (al menos en una buena parte, pues sospechamos que había más integrantes de la banda además de los tres que fueron sentenciados), pero no fueron circunstancias comunes.

Y aún con las veinte vueltas en una semana a la Procuraduría, el contrato de un abogado particular, el apoyo total de cinco policías judiciales bastante capaces y honestos (si, existen, lo juro), peritos y demás..., aún así, tuve que aguantar el absurdo formato de los juicios, las preguntas fuera de lugar de los agentes del Ministerio Público y, si no hubiera tenido yo las afortunadas circunstancias que permitieron resolver el caso, hubiera tenido que aguantar no sólo el proceso judicial y todos sus riesgos para una víctima, sino que seguramente hubiera tenido que ver cómo liberaban a los responsables.

Es por esto que creo que todos los mexicanos tenemos que ver Presunto Culpable. Porque, aunque se trata de un caso diferente al que yo viví, retrata de una forma muy clara el cinismo con que se resuelven los juicios penales -creo que las discusiones políticas de sobremesa tienen mayor alcance-, la alta posibilidad de que existan muchos inocentes encerrados, y lo que es más grave: la gran cantidad de responsables libres. Pues, como se menciona en la película: por un inocente encerrado, existe uno caminando en las calles libremente.

Aplaudo de manera entusiasta y de pie la iniciativa de Roberto y Layda, no sólo por investigar nuestro sistema judicial, sino por darlo a conocer en un lenguaje al que todos tenemos acceso (o sea, no sólo para abogados).

Los invito, pues, a verla. Esto es serio.

Aquí les dejo el trailer:


miércoles, 23 de febrero de 2011

Cuento del mes

Llevo dos semanas en un Taller de Cuento y Narrativa Breve. Lo mejor no es que lo esté tomando gratis en la Ibero (larga historia), ¡sino que me obligan a escribir!
Sí, a veces nos tienen que obligar a hacer algo que nos fascina.
Así que, con nuevo material en mano, he decidido inaugurar la sección Cuento del mes.
Ya decidirán ustedes si al menos por este medio tendré lectores o si simplemente servirá de archivero, lo cual tampoco viene mal...
Antes de que comiencen, les comento: nunca he tenido un perro, ¡y quiero uno!

¡Venga pues!

¡Cierra la llave!

Fido…¡para nada!, ¿Docker?...No. ¿Racker? Mmm… no sé. No me imagino diciéndole Racker todos los días cuando regrese a casa y ponga sus patotas sucias sobre mi blusa blanca. Como esa vez cuando yo regresaba de la escuela y encontré a Jipsy en la calle, temblando en medio de la abundante lluvia que formaba charcos de lodo. Me agaché hacia ella e imprimió su pata sobre mi manga blanca. Su carita miedosa me sedujo de inmediato, pero no lo hizo con mamá cuando llegué a casa. Comenzó a gritarme como si estuviera a dos kilómetros de distancia; ¡no sé por qué hacía eso!, sólo asustaba más a Jipsy y yo trataba de aferrarla a mi pecho para darle seguridad. Mamá gritaba y gritaba, pero en realidad no la escuchaba; algo decía de mi vestido blanco, del lodo, del ruido, pelos, tierra, comida, problemas, asco…

Para que no vuelva a suceder, me aseguraré de lavarle las patas y no usar ropa blanca. Puedo llamarlo Pino, suena limpio. Será divertido bañar a tan grande bestia. Seguramente me llenará de agua con jabón y dará vueltas mientras yo luche por su limpieza. No sé si le parecerá un juego, como cuando Tany y Anita bañaban a Cocó en el jardín. Se ponían un traje de baño y lo enjabonaban. Se aventaban agua en la cara y reían, pero yo no me acercaba porque no quería ser víctima de una mordida. ¡Tenía pánico de acercarme sólo a cinco metros!, y ellos podían estar horas ahí hasta tener dedos de viejito.

Mmm… pero no, Pino no. Pensándolo bien suena a detergente. No quiero que tenga un nombre de detergente, como la de mi vecino, Ariel. Mi papá siempre decía que quería envenenarla. Lo despertaba todas las noches con sus agudos aullidos que seguramente mantenían en vela a varias personas del vecindario. Yo a veces la escuchaba también, pero no me molestaba, sólo sentía ganas de ir al patio del al lado a abrazarla y calmarla. Unos meses después dejó de escucharse. Decían que estaba enferma y que tenía un tumor, yo no sabía qué era eso. Pensé que se habían hartado del ruido nocturno y que la habían regalado a otra familia.

Quisiera que nunca se enferme. Recuerdo a Toshi, un chau chau en busca de hogar. Tenía sarna, pero lo estaban curando. Cuando lo conocí ya le asomaba el pelo color hueso. El veterinario decía que iba a parecer un osito blanco. Llegué a casa con la noticia del futuro inquilino, y mamá dijo que sería el futuro inquilino de otro hogar y que me llevaría con la doctora Camila a hacerme estudios dermatológicos.

Podría llamarle Camilo. Aunque tal vez a mi tía Camila no le parecerá correcto, como a mí no me parece correcto que siempre que me vea le nazca tanta curiosidad por mi vida profesional tan accidentada y a la vez me platique los logros de mi prima Camy en Oxford y en su investigación doctoral; o que vaya a la boda de Fany y Dan sólo a ver quién lleva el mejor vestido y quién se emborracha más hasta el ridículo; o cuando toma del brazo al tío Coque como si fueran la pareja perfecta. No creo que al tío le guste la manera inquisitiva en que lo ve cuando trata de disfrutar un vaso de ron con Coca, fijándole la mirada y cruzando sus brazos gordos sobre ese vestido Armani que tuvo que pagar con su aguinaldo.

Así que no, no podría llamarle Camilo; ni Charlie, porque así le dicen a mi sobrina Carlita; ni Rufo, porque suena a bruto; ni Pitágoras, porque no me gustan las matemáticas; ni Gost, Candy, Kicky, Ricky, Camel, Conde, Kito, Tito, Roco, Rasta… ¡Ya basta!

Supongo que será mejor ir a comprarlo primero. Podría ser un gran danés, aunque son demasiado grandes. O un chihuahua, pero me parecen cursis. O un boxer, un pastor alemán, un cocker, fox terrier, schnauzer….

¡Ya! ¡Mejor será un gato y se llamará Peluso!

martes, 15 de febrero de 2011

I have a dream



Como sabrán los que me conocen lo suficiente, mi vida profesional ha estado accidentada los últimos años. No por haber errado la carrera, ni completamente por haber trabajado (claro que eso tomó mucho de mi tiempo), sino por querer aprender una disciplina que me apasiona, pero que con la forma en que se aborda muchas de las veces discrepo. Sí, esto provoca confusiones, disgustos, frustraciones… atrasos.

Esto no es una confesión ni una explicación. Lo que quiero decir con esto es que hoy he visto que no soy la única persona con tantas inquietudes en el mundo de los economistas. Existen grupos y movimientos esforzándose por lo que para mí le da el sentido a ser economista: cómo ser lo más feliz que se pueda con lo menos necesario.

¡Éste debería ser el concepto de eficiencia!

Les comparto, pues, este video del británico Nic Marks.

We have a dream!! ¡La felicidad no tiene por qué costar a la Tierra!