lunes, 28 de febrero de 2011
¡Presunto sistema de justicia!
miércoles, 23 de febrero de 2011
Cuento del mes
Fido…¡para nada!, ¿Docker?...No. ¿Racker? Mmm… no sé. No me imagino diciéndole Racker todos los días cuando regrese a casa y ponga sus patotas sucias sobre mi blusa blanca. Como esa vez cuando yo regresaba de la escuela y encontré a Jipsy en la calle, temblando en medio de la abundante lluvia que formaba charcos de lodo. Me agaché hacia ella e imprimió su pata sobre mi manga blanca. Su carita miedosa me sedujo de inmediato, pero no lo hizo con mamá cuando llegué a casa. Comenzó a gritarme como si estuviera a dos kilómetros de distancia; ¡no sé por qué hacía eso!, sólo asustaba más a Jipsy y yo trataba de aferrarla a mi pecho para darle seguridad. Mamá gritaba y gritaba, pero en realidad no la escuchaba; algo decía de mi vestido blanco, del lodo, del ruido, pelos, tierra, comida, problemas, asco…
Para que no vuelva a suceder, me aseguraré de lavarle las patas y no usar ropa blanca. Puedo llamarlo Pino, suena limpio. Será divertido bañar a tan grande bestia. Seguramente me llenará de agua con jabón y dará vueltas mientras yo luche por su limpieza. No sé si le parecerá un juego, como cuando Tany y Anita bañaban a Cocó en el jardín. Se ponían un traje de baño y lo enjabonaban. Se aventaban agua en la cara y reían, pero yo no me acercaba porque no quería ser víctima de una mordida. ¡Tenía pánico de acercarme sólo a cinco metros!, y ellos podían estar horas ahí hasta tener dedos de viejito.
Mmm… pero no, Pino no. Pensándolo bien suena a detergente. No quiero que tenga un nombre de detergente, como la de mi vecino, Ariel. Mi papá siempre decía que quería envenenarla. Lo despertaba todas las noches con sus agudos aullidos que seguramente mantenían en vela a varias personas del vecindario. Yo a veces la escuchaba también, pero no me molestaba, sólo sentía ganas de ir al patio del al lado a abrazarla y calmarla. Unos meses después dejó de escucharse. Decían que estaba enferma y que tenía un tumor, yo no sabía qué era eso. Pensé que se habían hartado del ruido nocturno y que la habían regalado a otra familia.
Quisiera que nunca se enferme. Recuerdo a Toshi, un chau chau en busca de hogar. Tenía sarna, pero lo estaban curando. Cuando lo conocí ya le asomaba el pelo color hueso. El veterinario decía que iba a parecer un osito blanco. Llegué a casa con la noticia del futuro inquilino, y mamá dijo que sería el futuro inquilino de otro hogar y que me llevaría con la doctora Camila a hacerme estudios dermatológicos.
Podría llamarle Camilo. Aunque tal vez a mi tía Camila no le parecerá correcto, como a mí no me parece correcto que siempre que me vea le nazca tanta curiosidad por mi vida profesional tan accidentada y a la vez me platique los logros de mi prima Camy en Oxford y en su investigación doctoral; o que vaya a la boda de Fany y Dan sólo a ver quién lleva el mejor vestido y quién se emborracha más hasta el ridículo; o cuando toma del brazo al tío Coque como si fueran la pareja perfecta. No creo que al tío le guste la manera inquisitiva en que lo ve cuando trata de disfrutar un vaso de ron con Coca, fijándole la mirada y cruzando sus brazos gordos sobre ese vestido Armani que tuvo que pagar con su aguinaldo.
Así que no, no podría llamarle Camilo; ni Charlie, porque así le dicen a mi sobrina Carlita; ni Rufo, porque suena a bruto; ni Pitágoras, porque no me gustan las matemáticas; ni Gost, Candy, Kicky, Ricky, Camel, Conde, Kito, Tito, Roco, Rasta… ¡Ya basta!
Supongo que será mejor ir a comprarlo primero. Podría ser un gran danés, aunque son demasiado grandes. O un chihuahua, pero me parecen cursis. O un boxer, un pastor alemán, un cocker, fox terrier, schnauzer….
¡Ya! ¡Mejor será un gato y se llamará Peluso!
martes, 15 de febrero de 2011
I have a dream
Como sabrán los que me conocen lo suficiente, mi vida profesional ha estado accidentada los últimos años. No por haber errado la carrera, ni completamente por haber trabajado (claro que eso tomó mucho de mi tiempo), sino por querer aprender una disciplina que me apasiona, pero que con la forma en que se aborda muchas de las veces discrepo. Sí, esto provoca confusiones, disgustos, frustraciones… atrasos.
Esto no es una confesión ni una explicación. Lo que quiero decir con esto es que hoy he visto que no soy la única persona con tantas inquietudes en el mundo de los economistas. Existen grupos y movimientos esforzándose por lo que para mí le da el sentido a ser economista: cómo ser lo más feliz que se pueda con lo menos necesario.
¡Éste debería ser el concepto de eficiencia!
Les comparto, pues, este video del británico Nic Marks.
We have a dream!! ¡La felicidad no tiene por qué costar a la Tierra!